Geografías | RELATO GRÁFICO
Salvador Reyes, escritor nortino, decía de Taltal:
“Aquel puerto pelado y claro se convirtió de pronto en un centro cosmopolita con la soltura de lo improvisado… En el Club Taltal, en los casinos de los cuatro hoteles del pueblo, en los lujosos prostíbulos, todas las noches, los conquistadores más audaces cazaban estrellas con taponazos de Champaña”.
¡Viva la fiesta!
El desierto había dejado un tesoro al descubierto. Sólo había que ir a buscarlo. Se abría la industria salitrera, pero se requería mano de obra que había que tentar con ese norte en flor.
Comenzó una serie de “enganchadores” que se iban al sur a ofrecer trabajo a los campesinos. Era la panacea del norte. Allá, en la pampa, la vida es dura, les decían, pero se gana bien.
Y los campesinos, acostumbrados desde niños a la vida dura, se enganchaban sin chistar.
¡Todo sea por una mejor paga!
La industria salitrera requería mucha mano de obra. Se crearon campamentos en plena pampa para albergar a los obreros que llegaban en masa. Muchos de ellos iban con mujeres e hijos, con lo cual, los campamentos se fueron transformando en verdaderas ciudades, con pocos servicios, pero algunas con hospitales, escuelas y, en ciertos felices casos, con teatro para el esparcimiento.
Por otra parte, poco a poco las promesas del enganchador se fueron diluyendo. Las condiciones del trabajo eran muy duras. El pago era menor a lo que les habían dicho, además, en fichas, y muy de tarde en tarde, podían bajar a pueblo.
El clima era muy difícil de soportar. Siberia caliente, la empezaron a llamar los obreros con su qué.
Por esos años, un sistema político completamente distinto al capitalismo empezaba a correr a través de la pampa con la fuerza de un rumor. La revolución del proletariado era posible y ellos, los obreros de la pampa, eran justamente los proletarios.
Los primeros años del siglo XX estuvieron afectados por grandes acontecimientos que alteraron profundamente el panorama económico y social.
A la Primera Guerra Mundial, con la invención del salitre sintético, le siguió la Revolución Rusa. Luego, una serie de fluctuaciones económicas hasta que sobrevino el crack de la Bolsa de Comercio del año 1929.
Esto terminó por echar la industria al suelo.
Si se mira el gráfico de las toneladas de salitre embarcado a lo largo de los años, se observan dos fenómenos. En primer lugar, lo dramático del ciclo del salitre, con su gran crecimiento y la gran baja posterior. Y en segundo lugar, que durante el período de alza, hay enormes fluctuaciones de embarques, producto de la volatilidad de los precios.
Estas curvas económicas tenían un efecto dramático en el norte. Cuando el precio caía, los dueños de las empresas despedían obreros para bajar los costos.
Cesantes, los obreros se iban a los ciudades a la espera que los precios subieran y los volvieran a contratar. Durante su estadía en los puertos, eso sí, debían aceptar cualquier pega y cualquier paga para sobrevivir.
Aquellas condiciones crearon la tormenta perfecta. El Estado no sabía exactamente cómo ni cuándo intervenir, y la política no estuvo preparada para dimensionar lo que estaba ocurriendo en la pampa.
Nadie entonces tenía la bola de cristal. Los empresarios se resistían a aceptar que estaban en una industria con los días contados. El negocio había sido prospero y se daban buenos argumentos para creer que, si se bajaban los costos y se incorporaban tecnologías, la explotación del salitre saldría adelante.
Pero eso no ocurrió. La crisis del 1929 fue terminal. En 1932, se exportó un décimo del salitre que se exportaba el año quince. Fue el descalabro.
El salitre fue, casi desde el comienzo, una industria crítica en materia social. Al menos hubo tres razones: por abusos o aprovechamiento de la parte patronal, por inexperiencia en un rubro y en una geografía nueva, o por agitadores que buscaba fines ideológicos. Todo lo anterior hizo que la tensión social se fuera enardeciendo.
La prensa también cumplió un papel importantísimo aquellos años. Era el medio para despertar conciencias y demostrar que lo que pasaba en tu oficina salitrera también pasaba en las otras. Era una cuestión sistémica, y no la de casos aislados.
Los disturbios, huelgas y paralizaciones fueron cada vez más frecuentes y cada vez más violentas.
La explotación del salitre fue un caldo de cultivo para las posturas ideológicas radicales. Era la demostración palmaria del abuso capitalista. Incluso, desde un punto de vista más conceptual, las crisis a las que estaba sometida la economía, según la visión socialista, no eran más que la inevitable consecuencias del sistema capitalista que cruelmente imperaba en el mundo.
Pero, obviamente, los obreros no se quedaron pasivos. Crearon organizaciones de ayuda mutua, mancomunales y sindicatos. En su origen, estas agrupaciones no solo estaban planteadas para defenderse de los abusos patronales, sino más bien como refugio de camaradería, de alfabetización y de socorros mutuos.
Con el tiempo, sin embargo, ellas fueron derivando a posturas más ideológicas y, finalmente, a partidos políticos.
Toda historia política de nuestro país tiene que necesariamente detenerse en estos años dorados, y luego amargos, del salitre. Taltal fue un caso.
Como todos el paisaje salitrero, el Cantón Taltal tuvo episodios que pusieron el grito en el cielo en materia sociales.
Hubo varios casos: la huelga de cuatrocientos trabajadores de la Oficina Germania, que fue repelida por los infantes de Marina y con deportaciones de los obreros mas rebeldes. O la muerte de trece obreros durante las huelgas de la oficina Chile, o los abusos laborales en la Oficina La Flor de Chile. En esa oficina se decía que se obligaba a los obreros a trabajar de 2 AM a PM.
Pero ajeno a las vicisitudes laborales, a partir del 1930 la industria que representaba el gran impulso fabril de Chile tenía los días contados. Los precios bajaron a una situación insostenible, y el desempleo fue atroz.
Se tuvieron que tomar medidas para que los obreros volvieran a sus localidades de origen. Pero como esta baja coincidió con una crisis generalizada de toda la economía y en todo el país, buena parte de los obreros prefirió quedarse en Santiago y no encerrarse en sus pueblos de origen.
La población de La Legua, por ejemplo, la mítica población marginal creada en los años treinta, fue el lugar donde se instaló a los miles de pampinos que volvían del desierto. Se llama La Legua porque se establecieron a una legua, es decir, a cinco kilómetros, de la Plaza de Armas de Santiago.
En la década del treinta, la gran mayoría de las salitreras del Cantón Taltal cerró sus faenas y apagó sus fuegos. Todo estaba concluido.