Geografías | RELATO GRÁFICO
Francisco Tito Yupanqui (1535-1608) es un santón popular en proceso de beatificación en Bolivia.
Tito Yupanqui nació al borde del gran lago Titicaca. Fue educado por los dominicos. Aquellos monjes tuvieron la virtud de catequizarlo, pero también de enseñarle a mirar.
Eso fue un acierto. Se hizo artista antes de tener el don. Escribirá y tallará. No lo hará con gracia, pero sí con empeño y perseverancia. Lo curioso de su historia es que traspasará la frontera con su arte. Es un caso singular de nuestro pasado indoibérico.
Todo empezó una noche en que soñó con la virgen de la Candelaria. La Señora le pidió que le hiciera su imagen.
El indígena no pudo seguir durmiendo. Tuvo la certeza de esa cara radiante, pero ¿cómo evitar que se le olvidara?
Un metro de alto tenía la figura, pero su rostro era particularmente feo. Así y todo, se la llevó al cura del templo. El domínico no le prestó gran atención. Celebrando la buena intención del indio, se limitó a ponerla en una hornacina de la pequeña capilla del lugar. Pero la talla duró poco allí. Un nuevo cura párroco resolvió deshacerse del adefesio y la dejó arrumbada por ahí.
No será este el primer rechazo al arte de Tito Yupanqui.
Tito Yupanqui, ofendido a muerte, tomó su virgen, se la echó al hombro y partió a Potosí. Caminó varios días.
Eran los tiempos de la mina de plata fabulosa. En torno al pique se habían congregado miles de personas y talleres artísticos dirigidos por europeos.
Tito Yupanqui tenía cuarenta años y no le resulta fácil seguir las lecciones de sus maestros. Apenas entendía el castellano. Pero Tito no cedió y los del taller acabaron tomándole cariño. Hazla de maguey, le dijeron, como tus antiguos. Así lo hizo. El maguey es el tallo blando una vez seco de la planta del Agave. Con su talla se fue a Sucre a presentársela al Obispo. ¡Para qué! Una nueva decepción. El obispo fue tan terminante como desatinado. “Parece una mona con su mico”, le dijo y agregó lo peor: “los naturales no pueden hacer imágenes de la Virgen”.
Pero Tito no se dio por vencido. Se dice que Dios no elige a los dotados, sino que dota a los elegidos. Estaba por verse. Tito Yupanqui, refunfuñando contra el prelado, emprendió rumbo a La Paz.
En la capital del altiplano, le agregó los panes de oro, de los que era tan adepto, y volvió al Titicaca. Los suyos lo recibieron con cariño. Sabían de su sufrido itinerario y, por hacerle un favor, colocaron a la virgen en un pequeño altar en una capilla cercana al lago.
Con el tiempo, la escultura feucha fue teniendo fama de milagrera. A fin de cuentas, este es el último juicio respecto de las imágenes. Están ahí para resolver entuertos que nos superan y hacer que sucedan cosas que no puede uno.
Algo así le pasó a un brasilero vendedor de platerías. Se entusiasmó con la Virgen y le pidió a Tito una réplica para llevar a su pueblo en Sacopenapá, en Brasil.
Sacopenapá era un pueblo de pescadores especialmente bello en Brasil.
Estaba localizado en una bahía en forma de media luna quebrada por cerros tropicales que caen a pique al agua. El hermoso lugar tiene además extensas playas blancas de arena fina.
Cuando el comerciante llegó de su periplo por Bolivia, los vecinos de Sacopenapá, por no ofenderlo, pusieron a la Virgen en una capilla. Y ahí, en Brasil sucedió lo mismo que en Bolivia: fue adquiriendo fama de milagrera. Y de tal manera sucedió que varios viejos pescadores del pueblo se convencieron de que esa Virgen buena para hacer milagros merecía ser la reina de esas playas blancas.
No perdieron el tiempo. Resolvieron cambiar el nombre al pueblo y lo bautizaron como la Virgen llevada por el comerciante de platerías: Copacabana.
Otras réplicas de la virgen de Tito Yupanqui fueron al Perú y a Tucumán, en el norte argentino.
Pero el salto más alto de la veneración cruzó el Atlántico y se asentó en España, en pleno siglo de Oro.
La historia del periplo doloroso de Tito Yupanqui y su Virgen feúcha llegó a oídos de Pedro Calderón de la Barca, el gran dramaturgo español.
El autor, conmovido por la triste historia de Tito Yupanqui, hizo un auto sacramental inspirado en el deambular del artista sin el don. La Aurora de Copacabana, se llama la obra.
Es, digamos, la primera exportación cultural de las Indias Occidentales.