Geografías | RELATO GRÁFICO
Estoy en Cusco en día de Corpus.
Anoche, en las vísperas de la fiesta, los feligreses, las hermandades y los cófrades han llevado desde sus parroquias a dormir en la catedral a vírgenes y santos patronos. Vienen de la Parroquia de San Pedro, de San Cristóbal, de Santa Rosa… Son una veintena.
Las imágenes las llevan en los hombros. Cada una puede pesar una o dos toneladas. Cuarenta hombres las cargan y se mueven con un vaivén característico: cuarenta pies izquierdos se adelantan y luego sigue el pie derecho. El santo arriba se menea para lado y lado. Así van, a pasito de hormiga. Dicen que la parroquia de San Sebastián es la más lejana: a siete kilómetros de la Catedral. Esto significa que han tardado unas diez horas en llegar al recinto santo.
Los santos, vestidos con pesada ropa de brocato y oro, y con toda suerte de colgajos simbólicos, se presentan al Patrón Jurado del Cusco, a Cristo el Señor.
Cada imagen le rinde cuenta sobre el comportamiento de los parroquianos el último año. Cristo es severo pero su buena madre hará que el castigo se postergue.
La enorme Catedral, siguiendo la tradición medieval, tiene un deambulatorio por donde se pasea el feligrés junto a sus parientes y amigos, hablando en voz baja. Así, la iglesia catedral es más que un solemne recinto de celebración para las misas. Es es más bien una plaza que congrega a una población que conversa de penurias y alegrías mientras visitan altares y cuentan lo milagrera o no que son sus devociones.
En la Catedral están los grandes patronos del Cusco.
En el centro, el Señor Taytacha, el Señor de los Temblores, a quien hubo que sacar una noche del 1650 para que la tierra se calmara de una vez por todas. Dicen que el largo del sismo “¡duró tres Credos!”
La pintura de ese día aciago está en uno de los altares de la catedral.
A un costado del altar central, esta su madre, la Virgen de Belén, la Mamacha Belén. La imagen fue encontrada flotando en el mar en una caja frente a Callao. Decía que quería ir al Cusco. Rodeando la imagen hay decenas de escenas en torno a las vicisitudes de la imagen. Es la rica iconografía cusqueña.
Al amanecer del día de Corpus hay misa.
El coro de la catedral eleva las voces al Señor Taytacha. Es un coro de gente mayor, quechua todos, que cantan en su lengua al Dios eterno. Son las Cha’ayñas, voz masiva, espontánea y gruesa, preferentemente femenina.
El enorme órgano acompaña los tonos del Apuyaya Jesucristo al final de la celebración.
Terminada la misa, las imágenes con sus portadores a la plaza a mostrarse a la multitud.
La fiesta de Corpus tiene sus orígenes en Europa: en Italia, desde el 1200, y en Sevilla, desde el 1400.
Cuando los monjes llegaron al Perú trajeron esa fiesta al nuevo continente. Había una razón indiana para ello. La fecha coindice más o menos, con la fiesta del Inti Raymi, la celebración medular del imperio, la del solsticio de invierno.
La fiesta de Corpus es una fiesta de la Eucaristía que se celebra un jueves, sesenta días después del Domingo de Pascua.
El peak de la fiesta es cuando los santos salen a pasear por la plaza para recibir el amor y el clamor del cusqueño. Multitudes suelen acompañar el meneo de los santos y vírgenes mientras las comparsas bailan con disfraces multicolores.
Y esta fiesta popular, ¿Qué tiene que ver con la religión?
Una primera mirada dice que la fiesta es un paréntesis; un momento en que en la ciudad reina la utopía de la igualdad. Puede ser, pero hay algo más, creo. “Todo espíritu profundo requiere un disfraz”, decía Nietzsche.
Esta sorprendente afirmación del filósofo viene muy a colación en el paisaje andino. Parece que la clave está en disfrazarse de otro para ser uno mismo. Y es que hay ciertas cosas que no se pueden expresar en palabras, pero sí con la danza y el doblez. ¿Acaso no es lo mismo con el teatro y el juego?
La fiesta de Corpus es alegre. Se completa con una comida y bebida especial. Estamos en Perú: el menú del día es el chiriuchu.
Estoy en al palacio arzobispal de Cusco.
Es uno de los principales museos de la ciudad. Este lugar recoge siglos de celebración de Corpus.
En un par de salas del museo, se exhiben una serie de grandes lienzos, se supone que pintados por el gran Diego Quispe Quito.
Son una joya que confirma que la fiesta de Corpus es una celebración central en la cosmogonía peruana.