GEOGRAFÍAS | EXPEDICIÓN
En nuestros comienzos hubo una hazaña sin parangón: la del Chango o Camanchaco. Se trata de un pueblo (grupo de familias) que vivían como nómades entre el sur de Arica y el norte de Coquimbo. Esta es una de las zonas más inhóspitas del planeta: sin agricultura, sin verduras, sin frutas ni madera. Ý con una reducidísima fauna a disposición: peces, moluscos y lobos de mar. Y aún más: los changos casi no contaban con agua. En ochocientos kilómetros, no hay desembocadura de ríos. Bebían de charcos salobres o de convertir la niebla camanchaca en gotas de agua. Y muchas veces, cuando todo esto faltaba, bebían la sangre fresca de los lobos de mar.
Los changos fueron un pueblo heroico de hábitat. Vivían bajo un cosmos marino, no terrestre. Alcanzaron el grado más alto de anfibiedad que podamos concebir. Fueron audaces hasta lo increíble. Se internaron mar adentro en balsas hechas de cuero de lobo, entreverado con espinas de cactus. Y no solo eso, sino que a lomos de esos artilugios, fueron a cazar cetáceos con sus arpones de huesos, para traerlos o vararlos en la playa y así ofrecer a su pueblo un banquete. El primer sendero fundante de nuestro país fue en el mar.
Es tanto lo que significó esa hazaña, que después de cada evento, subían los changos a las quebradas de la cordillera y dejaban estampadas su proeza en los roqueríos.
Arte y heroísmo se dan la mano en aquellas rocas. Aún están esas imágenes valerosas de la cacería soportando el sol de siglos. En su fina proporción, los changos fueron un pueblo que creó un mito tal como lo es Ulises para occidente, como Wiracocha para América o Gilgamesh para Asia.
Sube al santuario ancestral, sube a las alturas.
¡Conviértete en un camanchaco una temporada o al menos por algunas horas!
Vive como ellos: sumérgete desnudo en el mar y aprende a nadar nuevamente. Imita al pez. Recoge algún marisco del fondo, vuelve a la playa, pártelo, y cómetelo de un bocado.
Luego sube a la quebrada de El Médano hasta sus pinturas sagradas. Empieza por deshacerte de todo el ropaje de nuestro siglo. ¡Cíñete!, llega hasta tú mínimo.
Lo que te quede, mételo en un bolso, échatelo al hombro y ponte en movimiento.
¡Bienvenido al cosmos camanchaco!
Al camanchaco se lo debe aprender a admirar con perspectiva minimalista.
Parecido a lo que ocurre con esas florcitas cordilleranas que se cuelan entre los peñascos: sus pétalos remecidos por el viento, sin riego, sin abono alguno, deben esforzar sus tonalidades multicolores para atraer a la abeja que permita el ciclo. Se juegan la vida y la reproducción en el breve lapso primaveral.
Una flor como la cordillerana pasa desapercibida en un parque o en un jardín cualquiera, pero ahí, en la ladera pedregosa, te admira que tan solo pueda sobrevivir.
Algo parecido es la condición espiritual que requieres para el ascenso: admirar lo pequeño, sabiendo que esconde algo grande.
Sal de Tal Tal hacia el norte.
Irás por un maravilloso parque de rocas que serpentean la ladera de la cordillera de la costa. Aquí, ella adquiere un porte magnífico. Las cárcavas de los faldeos muestran los efectos del último aluvión. Se puede adivinar el desastre que dejó.
Llegando a Paposo, sigue algo mas que veinte kilómetros al
norte por el camino a Caleta del Cobre. Ahí está la base de El Médano. Al pie de la quebrada, hay un manchón de duna (médano) que justifica el nombre de la quebrada.
Ahí es.
Estamos en “uno de los “yacimientos más singulares del pacífico sudamericano”, según decía Hans Niemeyer.
El Médano es un lugar oculto, solo para iniciados. Es una
quebrada que es, por sobre todo, un templo votivo. No toques nada, no dejes nada que denuncie tu paso.
Sube liviano y baja más liviano aún.
Deja de lado toda profanidad; deshazte de todo equipaje
sobrante y prepárate a ascender. Sitúate al pie de la quebrada. Tardarás unas cuatro o cinco horas en alcanzar los primeros paneles del arte camanchaco y una o dos horas más en llegar a la última piedra dibujada.
Trata de ir en primavera: es una gloria. Toda la flora parece despertar y los Copiapoa, los tan particulares cactus del área, tienen una gracia muy especial. Recuerda que estas en una región de flora endémica.
Pero, atención, que el trayecto es más complejo de lo que parece a primera vista. La Cordillera de la Costa aquí es algo más que la hermana menor que la de los Andes.
En el ascenso hay tres saltos o escalones pronunciados; son difíciles de subir. Lleva cuerdas o evítalos por alguno de los costados.
Empieza el ascenso temprano en la mañana para que experimentes el atravieso de la la niebla. Esto era parte del ritual camanchaco. La niebla comienza a unos 500 o 600 metros sobre el nivel del mar. Una vez dentro, la temperatura baja. Todo se vuelve más fantasmal.
Haz silencio. Escucha el ruido de tus pasos que caminan
en la arena.
Llegarás arriba del tercer escalón a unas 4,5 horas de haber comenzado la ascensión. Ánimo, has subido lo más difícil. Ahí hay una piedra plana con un signo rojo moderno. Descansa y mira el horizonte. Estas a unos 1100 metros de altura y a unos 4 kilómetros en línea recta del mar.
A esta altura ya debieras estar arriba de la camanchaca, a pleno sol, bajo el cielo más azul que haya visto.
Sigue subiendo. A una media hora de allí, a buen paso, llegarás al primer panel.
Allí comienza la más fabulosa galería de arte arcaica. “Son escenas de tal vitalidad que sólo les falta la espuma”, decía Niemeyer entusiasmado.
Hay varios paneles. Sigue subiendo hasta que des con la última piedra pintada. Está sola, en la mitad de la angosta quebrada. Parece que la hubieran pintado ayer. (24°48’24”S – 70°28’49”W).
Si vas a salir a la pampa arriba, te quedan unos 45 minutos de caminata. Llegarás a una especie de plaza que esta en la 24° 48’ 27’’ S, 70° 28’ 03’’W.
De ahí puedes salir al camino pavimentado.