Geografías | RELATO GRÁFICO
En la catedral del Cusco están las cenizas de uno en quien vale la pena detenerse. Me refiero al Inca Garcilaso de la Vega.
Él es uno de los grandes del Perú. “Me llamo mestizo a boca llena” dijo el Inca sabiendo bien lo que significaba esa palabra.
La había sufrido por largos años de su vida.
El Inca Garcilaso tuvo el mérito de extraer lo positivo de una vida con todos los ingredientes para ser reclamona. Su caso es interesantísimo. Es uno a quien la disputa de las razas que lo parieron, no asfixiaron el orgullo mínimo que requiere toda identidad.
El Inca Garcilaso fue el primer humanista nacido en tierra americana. Escribió desde un muy particular punto de observación. Fue hijo de un distinguido español pizarrista y de madre quechua, de la rancia nobleza del imperio. Era prima de Huáscar y de Atahualpa, nada menos.
“Yo escribo lo que mamé en la lecha y lo que vi y oí de mis mayores”, dijo.
Fue hijo de la contradicción. Su primer idioma fue el quechua. De niño oyó las nostalgias por el imperio perdido de boca de los viejos sabios incas, y el alma se le llenaba de tristezas y rencor. Pero en las tardes, decía que en la mesa de su padre se juntaban hasta sesenta y setenta hombrones a contar las hazañas de la conquista. Tomando una referencia indirecta de su obra los describe. Huelga todo comentario:
“Pareciera que escaparon del infierno según están estropeados: unos cojos y otros mancos, otros sin orejas, otros con un ojo, otros con media cara, y el mejor librado la tiene cruzada una y dos y más veces”.
Aunque parezca una contradicción, los decires de estos hombres le llenaron la juventud de hambre de gloria.
El Inca Garcilaso fue hijo de dos sangres y tuvo la tristeza de aquellos que se crían con vidas tironeadas de lado y lado.
Veinte años vivió en el Cuzco, siendo testigo de lo mejor y lo peor de los conquistadores encomenderos.
En la hora postrera, su padre abandonó a su madre y se casó con una española. Su madre también lo dejó. Muerto el padre, heredó una suculenta herencia para que se educara en España.
El adolescente llegó a la España del siglo de oro. Era no más que un sudaca ilusionado.
Después de probar suerte en la milicia intentó la vida comodona en la corte. Echando mano a su raigambre de una madre que poseía tierras y un padre que estuvo en la primera línea de la conquista, pidió prebendas. Nadie le llevó el apunte. Elevó un pleito y el dictamen del juez lo lleno deshonra. Su padre, del partido de los encomenderos de Gonzalo Pizarro, fue declarado un traidor a la Corona. Más valía que desapareciera.
El joven Garcilaso no tenía dónde ir.
Entonces, un tío se compadeció de él. Intuyó el valor de ese sobrino suyo semi inca, semi español y semi nada. Lo invitó a su pueblo, en Montilla, cerca de Córdoba y ahí se produjo el milagro.
Garcilaso se paseaba por el pueblo solo y pensativo.
Comenzó a leer a los clásicos aprendiendo sus lenguas y su buen estilo. Se hizo tan ducho en el italiano, que se animó a traducir a León Hebreo. Ganó fama con su trabajo. A esas alturas, se sentía un europeo y quería disimular su origen.
Pero este falsear su ancestro lo tenía incómodo. Por casualidad hizo amistad con un viejo guerrero español de la expedición de Hernando de Soto a La Florida. El viejo soldado le contó sus aventuras y al joven Garcilaso le brotó el recuerdo de los amigos de su padre, pero, esta vez, ya no como español sino como un indiano.
Garcilaso se sienta a escribir sobre todo esto y, poco después, publica un libro cuyo título nos confunde un poco por la mezcla que conlleva: La Florida del Inca.
Son los años de la conversión mestiza.
Con La Florida del Inca le va bien y es reconocido. Pero es con su tercera obra que acierta el tiro: Los Comentarios Reales. Es la historia del reino quechua desde los barros originales del Titicaca hasta la consolidación del imperio. Es una suerte de poesía épica, de tragedia y anhelo utópico por un buen gobierno en su tierra madre.
Narra el dramático devenir de su pueblo como parte de la gran historia de la humanidad. Compara al imperio inca con el romano. No se avergüenza de su pasado ni el de su pueblo.
El Inca Garcilaso es la cumbre del mestizaje. Su escudo lo representa. En la simbología inca y la española se equilibran. Con la Verdad y con la Espada, dice el escudo en sus bordes.
Sí, Garcilaso logró equilibrar lo que antes bullía como una guerra civil en su sangre.
El político peruano contemporáneo, Haya de la Torre, dijo algo interesante sobre Garcilaso: “Todos los demás cronistas de la conquista relatan, mientras que Garcilaso interpreta”.
¿Interpreta?
Yo diría que Garcilaso fue uno que tuvo la capacidad de escribir la historia del incario sorteando radicalidades. Logró hacer una de sus dos sangres contrarias.
Tal vez tuvo la madurez de aquello que respondió Rainer María Rilke, el poeta austríaco, cuando le ofrecieron ayudar a despejar su psiquis atribulada: “Temo que si me exorcizan mis demonios, también espanten a mis ángeles.”
El Inca Garcilaso no quiso deshacerse de sus demonios para escribir. Unos y otros están presentes en su vida y su obra y es por eso, por esta mixtura, que es considerado el primer mestizo universal.